viernes, 1 de agosto de 2014

Santiago Ponzinibbio – La noche de su vida

Por Martín Estévez

Antes de su gran debut, el primer argentino en subirse al sanguinario octágono de la UFC repasa su historia, en la que tuvo que vender milanesas en la playa y dormir en el suelo de casas desconocidas para alcanzar su sueño: ser luchador profesional. “Y ahora quiero ser campeón del mundo”, se ilusiona. 


“Estaba viviendo en Brasil y no sabía el idioma. Dormía en una pensión que estaba al lado de una favela, pero ya no tenía plata para pagarla. Se me había acabado la comida. La moto que usaba para ir a entrenar me la habían robado unos días antes; y después me echaron del gimnasio. No tenía amigos, no conocía gente. Se me estaba dando todo, todo, todo mal. No sabía qué hacer“. Santiago Ponzinibbio, ahora, habla con una mezcla de portugués y castellano, y sonríe cuando recuerda la historia, su historia, días antes de cumplir el sueño por el que se quedó en Brasil pese a que lo esperaban casa, comida y familia en la Argentina: convertirse en luchador profesional y llegar a la máxima competencia, la UFC. 

“Yo soy de La Plata, cerca de Parque Saavedra. Mis viejos se separaron cuando tenía 15 años, vivía con mi mamá y mis hermanos, Joaquín y Pablo”, cuenta Santiago, y muestra un tatuaje en su brazo con las iniciales S, J y P. “Siempre fui un chico hiperactivo. Jugué muchos años al rugby, en el club La Plata, era ala. Después dejé. Me gustaba mucho entrenar, pero no encontraba qué. Estudiar no era lo mío. Terminé el secundario, hice tres meses del profesorado de educación física, pero quería ser atleta profesional. Empecé kick boxing y me llamó la atención, incluso hice algunas peleas amateurs. Justo en la Argentina comenzaba lo que era el vale todo, que casi no tenía reglas para preservar la integridad física. Y después empecé lucha grecorromana con unos amigos que se entrenaban en el Cenard. Me metí a experimentar, y empecé a ganar. A cada pelea que ganaba me emocionaba más, me iba entusiasmando, quería seguir. Conseguí seis peleas, y gané las seis”.

Hasta ahí, la historia viene bien. Entonces, ¿cómo llegó Ponzinibbio a esos días tan difíciles? “Un amigo se fue de vacaciones a Brasil. Yo ni sabía si al sur o al norte, pero le dije: ‘Voy con vos unos días para ver si consigo que alguien me enseñe jiu jitsu’. Es que allá tienen una gran cultura de artes marciales mixtas, están los mejores peleadores del mundo. Tenía 21 años y junté la plata como pude, tenía algún manguito guardado. Llegué y, como no tenía idea de adónde ir, empecé a caminar por la playa mirando a los que tenían camisetas de jiu jitsu para preguntarles dónde se entrenaban. Y así fui a dos o tres chantas, que me chamuyaron un poco, hasta que conseguí un tipo que sabía muchísimo. El me daba clases de jiu jitsu, y yo le daba clases de kick boxing. Los quince días se pasaron muy rápido, así que decidí quedarme en esas condiciones: vivía en un camping, no tenía plata, no sabía el idioma. No fue fácil, pasé necesidades que no había pasado en mi país. Por ahí un día no tenés para comer y ¿a quién le pedís? ¡No comés! Estuve cerca de un año sin hablar con mi familia porque no tenía plata para llamar. Y cuando hablé con mi viejo, le dije: ‘Estoy bárbaro, viviendo en un apartamento frente al mar’. ¿Qué, le voy a ir a llorar? ¡Si el que eligió irse fui yo! En un momento dormí en el piso de la casa de personas que ni conocía. Pero el sueño de ser luchador profesional era mayor”.

Ya entendimos cómo Ponzinibbio llegó a esa situación. Siguiente pregunta: ¿cómo salió?

"Se daba tudo errado allá –dice con su portuñol–. Cuando trataba de conseguir una pelea para ganar plata y que me conocieran, me preguntaban si estaba haciendo dieta. Y yo decía: ‘Sí, claro, dieta’. ¡Pero si compraba una bolsa de fideos y los comía con manteca, estaba bárbaro! Las peleas se suspendían, la plata no aparecía. Y yo decía: ¿hasta cuándo? Así que empecé a inventar cosas para pagar mis gastos del día. Hacía masajes en la playa, preparaba sándwiches de milanesa y los vendía, distribuía cerveza en carnaval, compraba artesanías y las vendía en la playa... Hasta que junté un poco de plata y me hice la visa de trabajo. Empecé a trabajar en bares como mozo, barman, ayudante de cocina o lavacopas”.
 
Un día le ofrecieron entrenarse junto al equipo de un luchador brasileño de UFC: Thiago Tavares. “Al principio no fue fácil –recuerda Santiago–. El juntaba a todo el equipo y le decía: ‘Tengo un argentino que vino a entrenar, ¡vamos a cagarlo a trompadas!’. ¡Era entrenamiento fuerte todos los días! Después de un tiempo hice varias peleas amateurs, me gané mi lugar y empecé a dar clases de boxeo en gimnasios. Ahí conocí al despachante Silveira, que ahora es mi sponsor, y me dijo que dejara de trabajar, que me dedicara a entrenar, me vio talento. ‘Yo te pago las cuentas, lo que necesites’, me decía. Y la verdad es que mi nivel creció muchísimo. Estamos hablando de un deporte muy profesionalizado, y trabajar tantas horas por día de otra cosa no ayuda a tener buen rendimiento. Mejoré mucho y estaba con un buen récord: 19 triunfos y una derrota”.

Muy bien, Santiago, estamos en un punto de la historia en el que ya no la pasás tan mal. Pero de ahí a la UFC parece existir un paso bastante grande. Contanos, contanos...

“Comenzaron las inscripciones para el segundo TUF (The Ultimate Fighter), un reality show de Brasil en el que estaba en juego un contrato con la UFC. Era para la categoría hasta 77 kilos, la mía, y me anoté enseguida. A los pocos días llaman a mi entrenador y le dicen: 'Estamos interesados en el currículum de Santiago, ¿pero es naturalizado brasileño?'. Ahí pensé que no me iban a dejar participar, pero fui igual hasta Río de Janeiro. Había más de 500 atletas y sólo quedaban 28. Llegué primero y me hicieron esperar hasta ser el último. Tuve que explicar que hacía cuatro años que vivía en Brasil, que peleaba allá, y me dejaron inscribirme. Fui pasando test y quedé seleccionado entre los que entraron a la casa, que es como la de Gran Hermano, aislamiento total. Lo único que hacés es entrenar. Gané tres peleas y en la semifinal, a los dos minutos, me quebré el radio. Eran tres rounds de cinco minutos, pero seguí peleando y gané. Me lo quebré en diez partes, me pusieron ocho clavos y no pude luchar en la final. Terminó siendo campeón el tipo al que le había ganado, así que me consideraron campeón moral. Además quedó una imagen positiva y me gané un contrato con la UFC, que era lo más importante”.


La televisión lo llevó a la popularidad en Brasil. “Mi vida cambió. La primera vez que salí a la calle, el programa todavía se transmitía, porque era grabado. Un tipo me reconoció y empezó a venir gente, gente, gente, foto, autógrafos, foto, autógrafos. Tuvieron que llegar cuatro de seguridad para que pudiera irme. Fue increíble. Alguna vez había pensado en volverme, pero como volver era perder lo que había hecho, aguanté. Me había sentido más solo que nadie, y de repente me amaban. Hoy más que nunca lo digo: valió la pena”.

El contrato con la UFC es por pelea, entonces, Ponzinibbio (y todos los luchadores) saben que un mal paso puede dejarlos fuera de carrera. “Ellos no te dicen qué tenés que hacer, pero de algún modo lo sabés –explica–. Vos transmitís una imagen. Si salís en un video peleándote en algún lugar, o hacés algo mal, ¡chau!, a la calle, te quedás sin trabajo”.

La gran noche de Santiago, su debut en la UFC luego de recuperarse de esa lesión de radio, será en Goiania ante Ryan LaFlare, el 9 de noviembre, durante el evento “Belfort vs Henderson”. Allí, una victoria o una derrota pueden marcar su futuro. “En Brasil voy a ser local, y al debutar le voy a estar abriendo las puertas a muchos luchadores argentinos. Vi las peleas de LaFlare y ya pensé la estrategia junto a uno de los coaches. El es un luchador de wrestling americano, zurdo, de gran envergadura, mide 1,85. Trabajamos en la adaptación para luchar contra un zurdo y en evitar que me tire al piso. Hay mucha expectativa puesta en mí, pero no me cambia mucho, porque siempre di lo mejor para una pelea. Esa noche va a ser la más importante de mi vida, pero voy a hacer lo mismo. Si peleé tres rounds con un brazo quebrado, no me voy a rendir nunca. Y si me hubiera quebrado el otro brazo, hubiera trabajado las piernas, no me hubiera rendido tampoco. Porque mi sueño, ser campeón del mundo, es lo que me mantiene vivo”.

¿Qué es la UFC?
La UFC (Ultimate Fighting Championship)  es la principal empresa organizadora de eventos de artes marciales mixtas del planeta. Las MMA (sus siglas en inglés) nacieron en Brasil para intentar definir la superioridad de una disciplina, el jiu jitsu, sobre las demás. En 1993, una empresa estadounidense transformó esas luchas en un show televisivo llamado UFC. Dentro de un octágono delimitado por un alambrado, se combinan técnicas de boxeo, judo, karate, kick boxing, kung fu, lucha libre, taekwondo y, claro, jiu jitsu. Se utilizan guantes finos que casi no amortiguan los golpes y son muy pocas las prohibiciones: no valen los cabezazos, patear en la cabeza al rival caído ni golpear en la columna vertebral, en la nuca o en la garganta. Los rounds duran cinco minutos; son tres en peleas regulares y cinco si está en juego un título mundial. Se puede derrotar al oponente por nocaut, sumisión, descalificación o por decisión de los jueces. El evento en el que debutará Santiago Ponzinibbio, el 9 de noviembre, será el número 252 de la historia

PUBLICADO EN EL GRÁFICO Nº4440 (NOVIEMBRE DE 2013)

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